El blandito abrazable


Si, es cierto, nunca he sido un atleta, ni tan si quiera el hecho de haber jugado un par de pachangas con la gente de la chirigota me eleva a la categoría de deportista cotidiano. Quizás por eso siempre he sido un gordito. Aunque yo me considero, dadas mis características genéticas, mi estructura ósea y mi propia naturaleza, un blandito  abrazable.
En mi juventud, entre los diecisiete y los veinte años solo rozaba los 80 kilos de peso, de los veinte a los treinta superé aquella barrera con creces, y al pasar de los treinta años me encontré de cara con los 106 kilos reflejados en la báscula.
 Por obra y gracia del espíritu santo rebasé la cifra prohibida de los 100 kilos, también mi vida sedentaria puede tener algo que ver en ello, pero eso es lo de menos. Ese sedentarismo, ese alejamiento del sudor y los jadeos deportivos hacen mi vida mas feliz, mas plácida y satisfactoria.
Lo tenía claro, debía perder peso. Muchos me decían que hiciera deporte, pero no, un blandito abrazable no hace deporte, prefería hacer una dieta. Pero no de esas de comerme media barra en vez de una entera, de comer bocadillos de chóped pork con pan integral, o cambiar la leche entera por semidesnatada. No. Una dieta estricta de las que requieren de esa fuerza de voluntad de la que he carecido toda mi blandita y abrazable vida.
Ya en serio, me cuestioné hasta donde quería llegar con mi peso. Entendí que los 100 kilos debían ser un límite inexpugnable y que para ello debía tomar medidas serias y así lo hice. Comencé con la famosa dieta dukan, pedí el libro prestado y lo leí. Me conciencié de que era necesario y aunque me costó renunciar al whisky con Coca-Cola o a la pringá del puchero durante algún tiempo  ahora puedo decir que he vuelto al atractivo del que hacía gala a los poco mas de veinte años.
He alcanzado los 90 kilos, 16 menos que hace unos meses y lo mas importante: mi vida ha cambiado, al menos en las costumbres alimenticias. Soy incapaz de comerme un plato de papas fritas, la fritanga la detesto, me empalaga y lo que ha sido mi perdición durante toda mi vida, los dulces, lo tolero lo justo.
Ya no tengo un pozo sin fondo por estomago, disfruto comiendo sano y hasta reconozco que aunque sigo sin practicar deporte, alguna que otra vez  me han entrado ganas de salir a andar un poco. Por suerte se me ha pasado enseguida.
Ahora, a este blandito abrazable se le ha metido entre ceja y ceja llegar a los 80. Pero eso será mas adelante.

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